José Luis no es la misma persona que J.L. O sea es el mismo hombre, pero desde el criterio literario son dos plumas diferentes. El egresado de Derecho de la Universidad Andrés Bello partió escribiendo poesía y ganó el concurso de Poesía UNAB el 2000. Al año siguiente, resultó segundo en el concurso Rolando Cárdenas.
La figura mítica de J.L. adquirió forma y personalidad propia, en su recorrido por los guiones narrativos de los juegos de cartas de la ya extinta editorial Salo S.A. De este modo, Flores se convirtió en un referente en materia creativa desde la ficción asociada a los mitos y las leyendas.
Hoy, además de escribir compulsiva y metódicamente, es director creativo especialista en plataformas digitales educativas, sobre todo en proyectos bilingües pensados en niños y adolescentes.
Hace 11 años publicó el primer libro correspondiente a su saga de “Alicia, la niña vampiro” y desde ese entonces no ha parado su vertiente creativa: conversamos con el autor de su colaboración con Loba Ediciones, de sus nuevos proyectos, de sus motivaciones y de mucho más.
Tus primeras aproximaciones literarias fueron con la lírica. ¿Sigues escribiendo poesía?
La poesía es un permiso para salir a buscar la verdad; incluso más allá del hablar, es invocar el lenguaje directo de la fuente. Así que sí, en ocasiones regreso a ella. La verdad partí publicando poesía, porque me fue más honesto entregarme a ella. La prosa, o mejor dicho, lo novelesco, siempre me gustó, pero es un ejercicio intelectual o de imaginación. La poesía emerge de un lugar más profundo, ligado a la naturaleza de las cosas y la ontología de quiénes somos.
¿Por qué pasaste de la poesía a la narrativa de ficción?
Eventualmente la poesía me llevó de regreso a la prosa. Fue un regreso maduro, por fin podía escavar pozos más profundos y salir en busca del agua que beben mis relatos. Al final no importa si es en clave de poesía o prosa; las palabras son prismas transparentes y de muchas facetas, para muchos parecen vacías, pero ponlos al sol y verás cómo brota un arcoíris. ¿La fuerza creadora es la luz que está atrás o el cristal? No lo sé.
Quiero preguntarte sobre el José Luis pequeño. ¿Cómo eras de niño? ¿Qué te gustaba leer? ¿Cuál era tu búsqueda?
De niño era raro, dicen. Hablaba mucho, pero al mismo tiempo me gustaba estar y jugar solo, al menos hasta los ocho años. A los nueve escribí mi primer libro, lo que aún es raro de contar. En ese tiempo, ¡uff!, leí mucho.
¿De qué autores estamos hablando?
Julio Verne siempre fue el primero en mi infancia. Poe, que le gustaba a mi padre; Daniel Defoe, Salgari, Jack London… Un verano, mientras todos se quemaban en la playa descubrí una librería que vendía libros de ciencia ficción a 300 pesos. Ahí descubrí a Asimov y a Larry Niven, entre muchos otros. Ciencia, también.
¿Algún tema en especial que te interesara?
Leía sobre animales. La zoología, la religión, la historia… todo eso me mataba. La historia me encantaba, aún amo narrar en contextos históricos. En fin, supongo que buscaba letras. Incluso amaba la enciclopedia.
¿Por qué escribes y cómo desarrollas tu proceso de escritura?
Escribo, porque nunca he querido hacer otra cosa, ni sé hacer otra cosa. Lo hago todos los días y casi a cada rato; escribo 5.000 palabras diarias. Es mi única disciplina. Pero también tengo que reconocer que no puedo escribir dos veces el mismo libro, porque cada uno de ellos fue un proceso distinto. A veces pienso que “¡Soy una Biblioteca!” y “Las Bestias” fueron escritos por distintos escritores, que habitaron mi piel un rato…
Calíope tiene una línea más bien urbana y contemporánea, que se aleja, por ejemplo, de la búsqueda de las “Crónicas de Bajo Raíz”. ¿Por qué esa diferencia contextual?
Por lo anterior, además, es mi saludo de sombrero al Noir. Es que el ambiente urbano reconocible, me permite enfocarme en los personajes más que en la construcción de un nuevo universo… “Bajo Raíz” es protagonista de las historias que en ella ocurren, en este caso Cali está en el centro.
¿Cuáles son tus principales fuentes de inspiración, en términos generales?
Me carga la palabra inspiración, al menos como se usa habitualmente. Me suena hippie y poco comprometida. Mirar la vida es lo más honesto que podemos hacer como autores. “Alicia, la Niña Vampiro” está inspirada en mis alumnos, o los que tenía el año 2006. “El Mago del Desierto” nació en Santiago, pero el mundo de “Bajo Raíz” nació de una pequeña odisea que tuve en India. “Las Bestias” nace de una investigación; “Basilisco” desde la rabia y “La Máquina” desde mi propia fragilidad. Mi hambre es literaria, por lo tanto no creo tanto en la inspiración como sí en el compromiso con el oficio. Escribo para aprender a escribir. Cuando escribes desde ahí, nada te toca, ni tu propio ego.
¿En quién o en qué te inspiraste para el personaje principal de Cali…?
Para Cali sabía bien lo que iba a hacer: quería hacer un personaje femenino como las mujeres que conozco y admiro. Una chica fuerte, sin cavilaciones, sin concesiones, pero real. Lejos de la ilusión de la princesa con tatuajes. Una heroína que niños y niñas puedan admirar. Cali tiene muchas cosas mías también, para empezar ambos somos medio cojos.
¿Por qué decidiste que la protagonista fuera medio humana?
Porque somos todos mestizos, somos un país quiltro. Esa es la respuesta breve y honesta. Odio las purezas a la hora de hablar de “raza”, nos prefiero así: sanitos y mezcladitos.
¿Cómo ves la industria de la narrativa de ficción en Chile?
¿Ficción? Hay y siempre ha habido mucha. ¿Buena o mala? No lo sé. Sí sé que hay distintos niveles de madurez. En la juventud se ve que hay mucho refundar constante y poco escarbar buscando profundidad. Por eso es que hay mucho intento de masividad, poco legado y por lo tanto, poca honestidad literaria. Entiendo el hambre de un niño por publicar rápido, por eso jamás le diría a un joven: no lo hagas.
Gracias a eso hay harta oferta literaria…
Es sano que hayan muchos autores, voces nuevas con algo que decir. Espero que también hayan muchos lectores y que estos lean muchas cosas, sean críticos, atrevidos y hambrientos.
Hace poco lanzaste “Basilisco”, tu última novela… ¿Hay otros proyectos en los que estés trabajando actualmente?
Este año estuvo movido. Lancé, también hace poco, “La Máquina de Hacer Ángeles” y fui parte de un libro infanto-juvenil sobre migración. Estoy trabajando en varias cosas, entre ellas, el regreso de “Alicia, la Niña Vampiro”. Espero que el próximo año salga el primer tomo de “Q y Q detectives” y también la segunda parte de “Calíope”. Ese es mi 2018 literario hasta ahora, pero ambos son proyectos ya escritos.
¿Cómo fue el proceso de trabajo con Loba Ediciones?
Emocionante, desafiante, desesperante, alucinante. Y muchos ante, ante, ante más. Dani sabe que la adoro. Ella ama a Cali, no me dejará echarla a perder.
¿Crees que tu sentido de humor e ironía han influido en la forma de plantear tus historias?
El baile influencia al bailarín. Uso mucho humor cuando escribo como J.L Flores, me esfuerzo en darle un espacio a mi acidez natural. El otro yo, el de los libros de gente grande, José Luis Flores, anda en otros caminos. Pero la opereta, la burla, la mascarada que finalmente cuenta la verdad, es lo que sí está presente en todo mi trabajo. Hasta en “Mitos y Leyendas”. A veces la máscara ríe, a veces no.
“Cali” se plantea como una narrativa con un alto nivel de feminismo. ¿A qué atiende esa necesidad?
Aunque siempre pondré la literatura antes del panfleto, esto responde a una deuda como hombre, una deuda como chileno. Siempre me pregunto ¿este personaje puede ser mujer? Si la respuesta literaria es sí, lo será. Como dije antes: niños y niñas tienen derecho a tener a una heroína. Excluyendo la pluma, es tan válido admirar a Cali como a D’Artagnan.
¿Qué te pasa cuando te comparan con Neil Gaiman…?
Neil Gaiman me pilló niño y me identifiqué política, estética y literariamente con lo que hacía. Quizás a él le moleste ser relacionado conmigo. Me lo imagino diciendo de manera muy educada algo así: no quiero tener nada que ver con este sudaca horroroso. Es parte de los escritores formativos, de la carga que llevo. La gente que me ha entrevistado de mis otros libros como “Basilisco” hablan de José Donoso. En mis días de poeta me decían que sacaba mucho de Bukowski o César Vallejo; imagino que es verdad, supongo, pero hay muchos más autores que llevo encima. Ahí está el otro placer. No solo se trata de escribir, leer y conversar con tus héroes literarios. Es obligatorio leer, leer y seguir leyendo de todo. Buscando excelencia, afilando tu propio discurso.
¿Tendremos más “Cali”, o eso fue todo?
Ya te contaba antes, hay mucha “Cali” aún. Si la Dani me aguanta.
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