Felipe bien podría ser Bruno, el personaje que narra su primera novela (Yudochica; Loba Ediciones, 2018); este fanático de Marcel Proust, de 35 años, decidió seguir el camino de la docencia tras estudiar literatura y, desde allí, insertarse en el ambiente editorial de textos especializados en educación para niños y jóvenes.
De eso precisamente trata Yudochica: de educación. Con una mirada crítica al sistema nacional, la historia abarca temáticas sensibles tales como el bullying y los sistemas autoritarios, ya que un chico recién llegado al colegio peor evaluado del país asume la presidencia del Centro de Alumnos. En esa posición intenta que los estudiantes se porten bien y consigan la excelencia en sus notas.
El tirano cuenta incluso con un grupo de matones que lo secunda, y pese a que existen explícitas escenas de violencia en la narración, se trata de un libro necesario en la transición de enseñanza básica a media, ideal para preadolescentes de 11 o 12 años.IMG_9489.jpg
Más allá de la relevancia femenina de la superheroína, este es un libro que rescata valores fundamentales como la amistad, la libertad, el respeto y la democracia, y es un llamado a no dejarse llevar por lo que otros opinen y a la responsabilidad de las propias acciones, para no caer en tiranías de cualquier tipo.
¿Desde cuándo escribes literatura?
Desde siempre. Cuando tenía seis años (había aprendido a escribir recién) le pedí a mi mamá que me comprara un cuaderno, agarré un lápiz y me puse a escribir una historia que se me había ocurrido (recuerdo que era un cuento bien loco sobre la segunda venida de Cristo). Desde entonces no paré más de escribir, así que en mi caso puedo decir que no elegí el camino de la literatura, pues para mí escribir ha sido siempre tan natural y necesario como respirar.
¿Qué es lo malo de ser escritor?
No sé si es algo malo en sí, pero algo que resulta agotador es que uno debe corregir una y otra vez, decenas de veces incluso, para que el libro quede realmente bien. Piglia decía que la diferencia entre un buen escritor y un mal escritor es la capacidad de autocrítica. Yo no puedo estar más de acuerdo con eso: pienso que si alguien tiene muchas ganas de contar una historia literariamente, pero no posee la tenacidad, la paciencia, la disciplina y la humildad para corregir, puede olvidarse de la posibilidad de llegar a hacer un libro de verdad bueno.
Siguiendo con la misma dinámica, ¿qué es lo bueno de ser escritor?
La escritura en sí misma. Dar con una frase en la que sientes que rasgaste un poquito el velo que cubre el misterio de vivir. Darse cuenta de que un relato está tomando forma, que la presentación engancha o que todo calza al final, que estás logrando crear una sorpresa para el lector pero a la vez que eso, según lo que ya has contado, es precisamente lo que debía pasar en el desenlace.
¿Tienes referentes literarios?
Soy bien amante de los clásicos más que nada. Pensando en la literatura infantojuvenil, alucino con las Crónicas de Narnia, los libros de Roadl Dahl, de Michael Ende y los del Pequeño Nicolás. Pero mis autores favoritos son aún más antiguos: Tolstoi, Dostoievski, Cervantes y Shakespeare, aunque mi escritor favorito es Marcel Proust, el autor de un libro maravilloso llamado En busca del tiempo perdido, que explora el tema de la memoria y de la percepción del tiempo como nadie más lo ha hecho. Me parece que haber leído el libro de Proust ya justifica el haber vivido.
Yudochica es tu primera novela. ¿Qué te inspiró a escribir sobre esta temática?
En primer lugar, siempre me han encantado las historias de superhéroes. Además, el tema del acoso escolar es algo que ha sido tratado siempre desde una mirada santurrona y paternalista, y lo que me interesaba a mí era la mirada de los niños al respecto; sobre todo desmitificar la óptica maniquea que se tiene del tema, porque a veces, como sucede en esta novela, los malos tienen buenos propósitos, o como dice el dicho: “El camino al infierno está lleno de buenas intenciones”.
¿Por qué decidiste desarrollar parte de tu carrera en el área de los textos educacionales?
No fue algo pensado. Yo estudié Literatura y eso me llevó a trabajar en una editorial. Esta publicaba textos escolares y trabajar tanto tiempo corrigiendo libros ajenos me llevó a pensar que tal vez podría escribir algunos propios. Publiqué varios que tienen como fin la enseñanza de la escritura de todo tipo de textos, y también otros sobre comunicación oral, comprensión de lectura y formación ciudadana. Ahora estoy preparando un manual de educación financiera.
¿Cómo definirías la educación obligatoria en Chile?
Me parece bien que la educación escolar sea obligatoria, lo que no me parece es que se obligue a los chiquillos a estar la mayor parte de su día recibiendo lecciones a las que ellos no les encuentran ningún sentido. Si las clases son una tortura para los chiquillos, la escuela se convierte en una simple guardería o prisión en donde no se aprende casi nada. Aunque muchas veces esto no es para nada culpa de los profesores, pues me parece que ellos son las principales víctimas de cómo es el sistema educacional en Chile.
¿Cómo podríamos solucionar esto?
Para que la cosa cambie, primero, los profes deberían poder dedicar la mitad de su tiempo a planificar y revisar trabajos y la otra mitad a hacer clases, tendría que haber más de un docente por sala y los cursos no deberían tener más de 30 alumnos. Pero no creo que a mucha gente le interese hacer el gasto de recursos que implementar esos cambios requeriría.
¿Qué rol tiene el docente en las aulas desde hoy, mirando la explosiva presencia de la digitalización y la globalización?
Tiene, o debería tener al menos, el rol de un guía. Ni más ni menos. Ya no sirve que el profesor sea mirado como una fuente inagotable de conocimientos que él o ella se encarga de traspasar a un conjunto de alumnos pasivos. Ahora los niños tienen toda la información del mundo en la web, de modo que el paradigma antiguo ya no tiene sentido. Lo que es necesario entender, a mi juicio, es que hay algo en que el adulto siempre va a aventajar a la persona joven: que ha vivido más que esta, y por eso puede guiarla, aconsejarla y motivarla desde la sabiduría de su experiencia.
¿Qué tan relevante resulta la educación cívica en el aula?
Muy relevante. Basta con sacar a colación que más de la mitad de la gente no vota acá en Chile, lo que me parece en verdad terrible. Algo que siempre me ha llamado la atención es notar que muchos jóvenes aceptan el mundo en que les tocó vivir como una realidad natural e inalterable, y no como una conquista. La democracia, por ejemplo, es una invención, es algo que no tiene nada de natural; por el contrario, los más viejos sabemos que es un sistema político de reciente data y que en Chile se debió luchar mucho por recuperarla y estabilizarla. Por eso, creo, muchos jóvenes no se percatan de que la democracia es algo que debemos conocer y cuidar, porque para ellos se trata de algo tan esperable como que haya oxígeno en la atmósfera.
¿Cómo evaluarías la literatura juvenil chilena actual, desde los autores?
Creo que se están haciendo cosas interesantes en literatura infanto-juvenil acá, pero lo que descorazona un poco es ver que muchos lectores tienen un prejuicio respecto de los escritores de acá y que prefieren a autores de afuera. Esto es lo que hay que cambiar; no hay que preferir la literatura chilena solo porque sea chilena, hay que dar una oportunidad a los libros de acá porque pueden ser tan buenos como los de cualquier otro lado.
¿Qué tan relevante resulta a tu juicio la participación de los padres en el incentivo a la lectura de niños y jóvenes?
Es súper importante, porque los niños obviamente copian todo, y si no ven que sus padres leen, por qué lo van a hacer ellos. Siempre me ha parecido curioso que los padres traten de obligar a sus hijos a leer, no hay nada más ridículo, a mi modo de ver. Estoy con Borges cuando dijo: “Que te obliguen a leer es como que te obliguen a ser feliz”. De modo que la mejor manera de que un niño que no lee empiece a hacerlo, es que vea que sus papás lo pasan fantástico con un libro en las manos, porque cuando alguien lo está pasando bien, los que vemos eso no hacemos sino morirnos de ganas de hacer lo mismo.
¿Tenemos fecha para una segunda parte de Yudochica?
No, la verdad es que siempre la pensé como una novela autoconclusiva. Tal vez Loba Ediciones me tiente para hacer esa segunda parte, no sé, pero lo que sí sé es que de cualquier forma no puede tratarse de una secuela forzada. Si siento la necesidad de contar qué pasó después con los personajes, podré escribir una segunda parte, de otro modo no lo haría.
¿Tienes otros proyectos editoriales en carpeta?
Estoy terminando un libro de cuentos llamado Basura humana, al que aún no le busco editorial, y a fin de año debería salir un volumen para niños chicos, titulado Cuentos con bigotes, que estoy coescribiendo con Martín Muñoz Káiser y que es un conjunto de relatos protagonizados solo por gatos: será editado por Áurea Ediciones.
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