Revista Lector.cl, mayo 2020
Por Francisca Gaete
Eva Débia Oyarzún (La Serena, 1978) es una feminista de tomo y lomo. Estudió derecho por un año hasta que se dio cuenta de que el periodismo era lo suyo, acercándose más a la literatura. El año pasado publicó Insolentes y a través de esta entrevista pudimos saber más sobre ella, de su infancia, sus motivaciones y si en Chile leemos.
–Cuéntanos sobre ti, año en el cual naciste y lugar
-Soy serenense; nací en el Hospital de La Serena, en 1978. Pasé mis primeros años deambulando entre La Ligua -donde vivía mi familia materna- y la plazoleta Buenos Aires, en el centro de esa preciosa ciudad. Mis primeros años fueron más bien nómades; antes de los 20, ya había vivido (además de los dos lugares indicados) en Santiago, Viña del Mar, Melipilla, El Monte y San Antonio. Incluso, un mes en Antofagasta… Pasé por una docena de colegios; nunca estuve más de dos años en un mismo sitio; imagino que esa obligatoriedad de tránsito me obligó a ser extrovertida y de risa fácil, ¡era un asunto de sobrevivencia! Siempre fui muy nula para las matemáticas, pero como contrapeso, las humanidades y las artes se me daban con facilidad. Cuando chica quería ser actriz, pero como tenía buenas notas me metí a estudiar derecho; salí corriendo al primer año, espantada de la rigidez dogmática y la fría verticalidad en la enseñanza.La comunicación y la docencia resultaron ser mi vida; entré a estudiar periodismo porque añoraba escribir y, después de mil vueltas profesionalmente hablando, me dedico a todo lo que me gusta: hago clases y talleres, escribo de manera compulsiva y variopinta, e investigo en torno a los tópicos que más me interesan (la mayoría de ellos, vinculados al feminismo).
–Eres conocida por ser una periodista, escritora y profesora que a su vez es feminista, animalista y eres parte de AUCH!, ¿cómo ves todo esto en conjunto?
-Creo que definirse unidimensionalmente hoy por hoy resulta imposible. Cada ser humano es un sujeto complejísimo y lleno de matices; por eso, para acercarnos levemente a la esencia de un individuo, tenemos que ponderar esas múltiples variables que operan como partes de un puzzle de esos con cinco mil piezas. No sé qué vino primero en mi propia complejidad de puzzle humano; si ser comunicadora me llevó a querer explicar lo poco y nada que entendía, si en el ejercicio de comprender me di cuenta que escribiendo fijaba mejor mis propios procesos mentales, si la contemplación del entorno y la sensibilidad social va de la mano con el respeto a todas las formas de vida que coexisten en el planeta y entre ellas (aunque resulte de una obviedad casi estúpida) las mujeres debemos ser consideradas en igualdad de dignidad y derechos que los hombres, y entender que en el espacio solitario e individualista de cada fuero interno no conseguiremos nada, sino que la urgencia de compartir pareceres y afinidades me llevó al sentido colectivo y sororo de un espacio de reunión tan potente y creativo como Autoras Chilenas, AUCH!… Pucha, no sé. Cuando uno se enfrenta a un puzzle de cinco mil piezas, ninguna por sí sola es la imagen completa; pero al reunirlas y ensamblarlas en la armonía que les corresponde, el asombro de la totalidad emerge. Y si falta una sola, por pequeña que sea, el todo queda incompleto.
–¿Qué es lo que más te apasiona?
-Wow. No podría decir una sola cosa, porque la pasión tiene demasiadas dimensiones. Es que a ver; creo que lo primero que hay que entender es qué pensamos cuando hablamos de «pasión». Ese término viene originalmente de «padecer», o sea, de pasarlo mal producto de una intensidad física, circunstancial o emocional; entonces, tal vez cambiaría el concepto por motivar (esto es, lo que tiene motor, o te mueve hacia algo). Tengo la sensación de que todo lo que hago me motiva (y claro, a veces me apasiona también, jajajajajaa); de hecho, si alguna actividad, idea, recurso o relación deja de motivarme es altamente probable que abandone el barco. Puedo ser súper perseverante, pero el requisito para permanecer es a todo evento, que exista motivación. Entonces, en el contexto actual y en todas las dimensiones posibles, lo que más me apasiona es la crisis social que estamos experimentando a nivel global; eso, que va de la mano con conceptos tan maravillosos como el feminismo y la dignidad, es por lejos lo que más me apasiona en la vida.
–En Chile, ¿se lee?
-Leer por leer, se lee. Todo el día los chilenos estamos frente a dispositivos móviles, computadores y páginas, llenas de letras. La pregunta de fondo es si accedemos a literatura de calidad; si miramos el gran panorama, las estadísticas nos pegan un batatazo bastante desolador… La OCDE nos remató con un informe hace un par de años donde se señala que apenas el 5% de los profesionales de nuestro país entiende lo que lee. ¡El 5%! Y estamos hablando de quienes terminaron su educación superior; ¿qué queda para quienes tienen escolaridad incompleta? Siento que el trabajo real está por hacerse (y espero que se haga) desde las salas de clases en la educación más temprana: generar avidez por buenas lecturas, estimular el apetito literario tanto en las salas de clases como al interior de las familias, es esencial para tener un mañana lector. Suelo conversarlo con mis estudiantes; si no has tenido un acercamiento adecuado a los libros, la experiencia puede volverse una franca tortura. Ahora; por desgracia, esto es un círculo vicioso ya que si tienes padres que leen poco o nada (o que, peor aún, lo poco que leen no lo entienden), la experiencia del disfrute creativo al que te acerca la literatura va a quedar empantanada en la más alta teoría para las generaciones en formación.
–Hablemos de Insolentes, ¿cómo fue el proceso de gestación del libro?
En el 2014, junto a una colega tuvimos una revista online en donde decidimos incluir un espacio para dar realce a la vida de personajes importantes para la cultura universal. Así comencé a escribir distintas crónicas biográficas, y ya que la línea editorial la marcábamos nosotras mismas, fui dejándome seducir por quienes más me habían llamado siempre la atención: Teresa Wilms Montt, Edith Piaf, Hipatia de Alejandría, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral… La revista finalmente se acabó, pero me quedé con todo lo escrito y con ganas de saber mucho más sobre mujeres que se caracterizaron por un espíritu indomable y una capacidad de resiliencia a toda prueba, generando belleza desde sus dolores (trocando lo sucio en oro, como dice Silvio Rodríguez en una canción). Es una fascinación desde el más puro de los asombros. Mientras publicaba mis libros de poesía, en paralelo seguí buscando líneas para dar hilo a esta urgencia interior. Si yo las encontraba así de asombrosas, el resto del mundo se maravillarían con su historia, era cosa de que la pudieran recibir nada más… A través de ellas me definí como feminista, de alguna forma, ya que pertenezco a una generación transicional en tantísimos sentidos, y en este también. Narrar sus historias, sus legados, sus temores y logros, ha sido un ejercicio constante de reflejo y de identidad femenina: da lo mismo dónde hayas nacido o en qué tiempo, todas hemos atravesado por las inequidades que se reflejaban en la sociedad chilena del siglo XX.
–¿Qué quisiste decir con tu último libro Insolentes?
-Tengo la impresión (y también el sueño, el anhelo)de que el aporte de Insolentes es el llamado a la acción; si las convenciones heteropatriarcales te dicen que no puedes o no debes, hay que desoír la norma. Lo que siempre ha sido, no tiene por qué seguir siendo. Estamos viviendo tiempos súper intensos y convulsionados, es cierto, pero también llenos de una belleza cargada de insolencia y revolución; los quiebres de paradigma son así, tumultuosos, inciertos, pero no por ellos hay que temer a la posibilidad de generar mejoras sustantivas en el sistema. Recuerdo, cuando chica, que se me ocurrió definirle las personas a un pololo dividiendo al mundo en dos: en espectadores y actores. Pues bien: la insolencia es tomar las riendas y hacerse cargo, es momento de atreverse a hacer y no quedarse contemplando (o criticando) la acción de otras, otros, otres.
–¿A quién admiras?
-¿Además de las Insolentes, dices tú? (jijijijijiji) Tuve referentes intelectuales y valóricos muy potentes y muy cercanos. Mi abuelo, Juan José Oyarzún, fue un pilar en todo sentido y si aprendí a amar la lectura y a maravillarme con el conocimiento fue gracias a él; mi primer jefe, don Enrique Silva Cimma, complementó a la perfección ese legado (ambos eran hombres laicos y librepensadores). Sin embargo, durante los últimos cinco años he tenido un vuelco de mirada hacia lo femenino y siento que aquello que universalmente ha sido tan invisibilizado ya no puede mantenerse así. Tengo un punto referencial muy importante en la familia: mi tía Cecilia Débia García, mujer fuerte y resiliente que siendo adolescente sufrió las más horribles torturas durante la dictadura y que, aun así, consiguió ser una profesional exitosa y reconocida en su rubro. Pero no es la única; miro (y admiro) hoy, mucho, a mi madre, a mis hermanas, a mis primas y a mis abuelas. Sobre todo a mi madre y mi abuela materna, con quienes tuve problemas de comunicación durante muchos años hasta que, ya con los dos pies en el mundo adulto, conseguí contemplar en su cabal integridad… Son unas tremendas. Literariamente y desde la historia, la Storni, la Pizarnik, Juana de Ibarbourou, la Bombal y Brunet… En el Chile de hoy, cómo no encandilarse con la pluma de la Nona Fernández o con la sabiduría de la Ana María del Río…En el periodismo, la acuciosidad prolija de Alejandra Matus es un bálsamo moral para la profesión. Más lo pienso, y más nombres se me van ocurriendo, así que dejémoslo ahí nomás porque si no, esta respuesta saldrá eterna.
–¿En qué formato prefieres escribir?
-Sin dudarlo y por lejos, lejos, la crónica. Para reflexionar sobre la sociedad, ese es el género que me acomoda. Ahora, si se trata solamente del interior, de las emociones y sus complejidades, la poesía sigue siendo la herramienta primigenia. Pero insisto, y siempre vuelvo a ella, la crónica es el espacio en donde mejor navego, incluso cuando escribo cuentos.
Pensando bien, esta pregunta tiene una doble lectura; también puede ser que quieras saber si prefiero escribir en computador, en blocks o agendas, o en el celular… La respuesta a esa pregunta es que me da lo mismo; donde sea que me pillen las ganas, la idea, la compulsión o la necesidad. Porque escribir es, la mayoría de las veces, una necesidad (cuando una idea se me mete entre ceja y ceja, no me abandona hasta que la vuelvo palabras escritas).
–Eres periodista, ¿cómo juega este rol en tu carrera de escritora?
-Entré a estudiar periodismo porque en el fondo siempre supe que quería dedicarme a escribir, pero veía el oficio como una quimera lejana e inalcanzable,una utopía nomás. Al comprender las libertades que entrega lo que hace ya 60 años se conoció como «nuevo periodismo» (qué mal nombre, pensando en retrospectiva), mi cabeza explotó de la emoción y pude entender que todo era posible: ahí se fue perfilando el sueño. Podría decirse que mis crónicas literarias tienen muchísimo de nuevo periodismo. Además, ser periodista me ha permitido tomar contacto con fuentes directas, con entender el modo de investigar, pero también de procesar la información; aprendí a cuestionarme la mal llamada realidad y a no quedarme con las ganas de preguntar para buscar entendimiento entre lo que aparenta ser confuso. El desafío de simplificar sin perder el contenido de la entrega, ese sentido educador y generoso que tiene el periodismo libre y democrático, es algo que me caló muy profundo ya en mis tiempos universitarios, como estudiante.
–¿Qué consejo le darías a las personas que quieren ser escritor/a?
-Creo que, en lo básico, se necesitan dos cosas. Lo primero es leer; para escribir bien (más allá de la ortografía, que también es una herramienta esencial, pensando en el contenido y el trasfondo a entregar) es imprescindible ser un buscador de conocimiento. No existe otra receta: la mejor manera de aprender a escribir, y de pulir la propia escritura, es leyendo; eso sí, y acorde a lo que me preguntaste previamente, tampoco se trata de estar todo el día leyendo en redes sociales o plataformas digitales. Es necesario buscar referentes, revisar a quienes han trascendido; solo así podremos tener un criterio para entender dónde está la calidad literaria, y así afinar el olfato para llegar a joyas menos masificadas. No hay que tenerles miedo a las grandes obras de la literatura, todo lo contrario: basta saber en qué momento encontrarse con ellas.
Lo segundo es perseverancia y método; en el mundo actual, en el que las circunstancias y la valorización de la cultura están en jaque en cuanto industria, apenas un puñado de escritores puede contar con el privilegio de vivir de este hermosísimo trabajo. Todos los demás coexistimos entre varios oficios y desempeños, con el factor común de quitar tiempo de ocio y diversión a la familia y a quienes amamos, en pos de concretar ese proyecto que se nos ha metido en el alma.
–¿Qué se viene para el futuro?
-Tantos pero tantos proyectos… La revolución de octubre activó mi creatividad a full y me puse a escribir cuentos (al alero de un súper maestro, porque coincidió la época en que estaba trabajando junto a Marcelo Simonetti), así que de pronto algo sale desde las intensidades apocalípticas del último tiempo. Hay varias insolentes que vienen en la noche a tirarme las orejas porque no conté sus historias; no puedo quedar en deuda con ellas, así que en algún momento espero tener el coraje suficiente para honrarlas como corresponde. Tengo poesía guardada, que salió antes, durante y después de una depresión severa y una peritonitis que casi me hizo conversar con el «colaeflecha» directamente; tal vez en algún momento junto fuerzas suficientes como para darle una estructura coherente y que me satisfaga. Hoy, los talleres literarios los estoy dando vía online, y al menos en el mediano plazo seguirá siendo así, hasta que el «coronacalipsis» nos permita retomar contacto físico social.
Foto: Librería GAM por Juan Lillo – Libro Insolentes por editorial CESOC
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