Antes que docente, soy periodista. Y es precisamente por esta mezcla de sentido entre la responsabilidad social que debieran tener los medios de comunicación junto a la urgencia de entregar visos para ayudar a la comprensión de los fenómenos que hoy nos aquejan, que he decidido escribir lo que estoy escribiendo.
Las últimas 48 horas en Chile han sido de angustia, de temor, de efervescencia y para la gran mayoría, de estupor. El miércoles, sin más, conversaba con mis alumnos sobre el significado profundo de la dignidad como elemento político, y llevo años reflexionando sobre la profunda violencia en la que vivimos inmersos desde la institucionalidad. La estructura ha sido mucho más que indolente.
Para comprender qué sucede en nuestro país, necesitamos (desde la teoría) remontarnos medio siglo hacia el pasado: voy a hacer propia la teoría de Charles Tilly. Este norteamericano ganador del Amalfi de sociología y ciencias sociales desarrolló lo que se conoce coloquialmente como la “teoría de la protesta”, y apunta a lo siguiente:
Es necesario entender, en primera instancia, el hecho de que los Estados tal y como los conocemos hoy se han forjado en base a dos grandes elementos: el poderío económico, y la fuerza coercitiva (vinculada a la capacidad armamentista). Tilly los llama “la vía intensiva en capital e intensiva en coerción”, literalmente. El conflicto que vemos hoy es un reflejo acumulado del descontento social en torno a que, quienes históricamente han detentado ambos ejes, tienen la tendencia crónica a usar los recursos en su propio beneficio, perdiendo el eje de construcción colectiva y colaborativa de sociedades conjuntas.
En esta situación en la que los conglomerados sociales aguantan las medidas que terminan beneficiando a los ejes de poder, estos últimos pierden la capacidad de perspectiva frente al riesgo de organización colectiva. Así, basta una gota que rebalse esta olla a presión para que se detonen los movimientos sociales; Tilly afirma que en un principio las manifestaciones carecen de violencia, y pueden obedecer tanto a estructuras organizadas como (en el caso de Chile) un grupo de carácter espontáneo frente a un hecho puntual. Si el gobierno no muestra la capacidad oportuna de negociación, acogida y propuesta de solución oportuna y, por el contrario, minimiza e incluso ridiculiza las movilizaciones, la consecuencia lógica de esto es un incremento progresivo de acciones violentas por parte de diversos ejes que históricamente no se han sentido escuchados y validados: desde allí, hacen tanto sentido los carteles que enuncian “nos quitaron tanto, que nos quitaron hasta el miedo”.
La progresión de la violencia no es responsabilidad, entonces, de las movilizaciones, sino de la falta de visión de las estructuras de poder. Eso es lo que plantea Tilly. Ahora bien, complementando lo anterior desde la responsabilidad que le cabe a los mass media dentro de esta dinámica, es necesario reflotar lo que se conoce como “paradigma de las protestas”. Esta teoría, planteada y reconocida en las escuelas de comunicación social, se enfoca en el hecho de que los medios formales tienen la necesidad de poner su atención en los desmanes y el vandalismo, para cambiar el prisma de atención. Así, se baja la importancia estratégica desde los reclamos sociales hacia la destrucción de lo que siempre nos ha parecido pacífico y normal; de esta forma, la masa deja de plantearse la injusticia de la estructura forjada por los grupos de poder que Tilly identificó inicialmente, para mostrar la monstruosidad irracional de las hordas fuera de control como los grandes enemigos de la sociedad.
Esta acción resta fuerza e incluso validez a los movimientos, ya que se altera el foco de percepción. Así, aparecen muchos ciudadanos que manifiestan que, si bien están de acuerdo con que “las cosas deben cambiar”, hacer destrozos y vandalismo “no es la forma”.
Quienes estamos vinculados tanto a la academia como a las profesiones de comunicación, lo tenemos claro. Pero la señora Juanita o don Ricardo, que prenden la televisión y pasan horas y horas observando cómo un grupo de terroristas destruyen los lugares donde han hecho su cotidianeidad, se paralizan por el horror. Y entonces da lo mismo si no tienen dinero para llegar a fin de mes, si los medicamentos son inalcanzables y la precariedad se ha instalado despacito sobre nuestra capacidad de accionar: el miedo hace que este náufrago social se abrace desesperado a lo poquito conocido que le queda.
Cuando se habla de turba, de antisociales, de lumpen y otros adjetivos vinculados a la visibilidad de la violencia en los medios de comunicación, se entrega la percepción de una desviación del orden social, de esta necesidad de status quo. Todos nos queremos identificar con un ciudadano pacífico, con un trabajador que quiere construir y no destruir. La enorme mayoría de quienes vivimos en Chile nos identificamos de pleno con la figura de un ciudadano de bien, no con un vándalo ni con un terrorista. Por lo tanto, el que destruye es nuestro enemigo y así, se difumina y peor aun, se diluye el sentido inicial de los requerimientos, de esta deuda aberrante que la estructura social ha construido progresivamente en desmedro precisamente de la gran mayoría de los ciudadanos.
Por eso el Colegio de Periodistas entregó ayer sábado un comunicado con lo siguiente: “entendemos que estas movilizaciones sociales- que hoy significan una represión a la población- son consecuencia de una profunda desigualdad e injusticias sociales en el orden económico, laboral, de salud y previsión que tiene asfixiados a trabajadores y trabajadoras. Hacemos un llamado a los medios de comunicación a poner en el centro este principio de libertad de expresión junto con garantizar el derecho a la información en momentos donde prima la incertidumbre”.
Que el gobierno haya declarado Estado de excepción y luego toque de queda, sólo reafirma la razón que tenía Tilly sobre cómo la fuerza se impone siempre frente a la razón; esperemos que la autoridad dimensione su accionar y tome las medidas necesarias de modo concreto frente a la multiplicidad de requerimientos que hoy están sobre el tapete.
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